Mobiliario Urbano Olameda, Arrecife

PROMOTOR:

Promoción del Turismo, 2006

Arrecife tiene la suerte de estar junto al mar. Con una costa que es lugar de trabajo y ocio, históricamente muy relacionada con sus habitantes, marinos y comerciantes del Puerto del Arrecife.

Como ocurre con muchas ciudades costeras, tradicionalmente la política urbanística ha considerado que la costa es el único gran sistema de espacios libres que necesita la ciudad, ahorrándose los que le corresponderían crear de acuerdo con los estándares. Si a esto añadimos que las costas y lo puertos no son municipales y actuar en ellos es muy engorroso, tenemos como resultado que el gran espacio libre de la ciudad no se desarrolla.

Mientras, abandonada por Costas y el Ayuntamiento, la Autoridad Portuaria se encarga de ir consumiendo la bahía, con aterramientos y usos de muy discutible ubicación, con el principal objetivo de la máxima rentabilidad.

Cuando se habla de espacio público, siempre se afirma que hace falta una solución global a un problema global. Cuestión esta ultima que nadie puede discutir, pero que a la vez sirve como coartada para no actuar, dada la complejidad del problema y lo costoso de las soluciones. Por eso creemos que es una gran idea “Especie de Espacios”, con sus propuestas puntuales y realizables, que no afectan a la solución global y que dan solución a múltiples problemas locales.
Problemas que necesitan una solución inmediata para mejorar la calidad de vida en el espacio publico de una ciudad como Arrecife, sin tener que esperar por la posteridad, señora esta bastante inaccesible.

El Arrecife de nuestra infancia con sus miserias materiales y culturales, poseía tres espacios de ocio dignos de rescatar: la azotea, la calle y el mar.

La azotea, donde cada uno tenia su espacio libre privado, se secaba la ropa, se oreaba el pescado, se cuidaban las palomas, se jugaba y se sesteaba. Hoy en día, solo rescatable en algunas tipologías de vivienda unifamiliar.

La calle, en la que se alegaba sentado en los chaplones. Donde gritaba la chiquillería jugando a la pelota, solo interrumpida por la llegada de algún coche que se oía desde lejos. La calle no solo era para pasar, era también para estar. Se podría retomar la calle, no solo las peatonales. Se podrían crear pequeñas plazas, incluso parterres, en los cruces de las vías, en los resquicios a los que no llega el coche. Poniendo un banco y un árbol que de sombra. Aunque fueran solo veinte, veinte placitas para encontrarse, veinte sombras para jugar.

El mar, íbamos todos los días, nos bañábamos cualquier día del año, no habían estaciones, por mucho que se esforzaran nuestras madres en decirnos que era invierno. Solo había días en que, misteriosamente, el agua estaba mas fría. Jugábamos en los lanchones costeros varados en las playas del castillo, ellos nos protegíamos del sol y del viento. Los lanchones los mandó a quemar el comandante de marina, Don Anatolio. Supongo que lo hizo porque no encajaban con la idea del nuevo Arrecife.

Olameda, nuestra propuesta puntual en el paseo marítimo, es una ola, es un lanchón boca abajo, rescatado del tiempo y del fuego de Don Anatolio. Donde nos sentaremos, protegidos del viento y del sol, a esperar por la obra de la gran marina de Arrecife.

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